CUERPOS QUE ESCUCHAN – El acontecer de la empatía desde el proceso del enfoque corporal.
Tomeu Barceló
GUIÓN:
1.- Enfocando el asunto: la comunicación y el cuerpo.
2.- Un comportamiento curioso: el fenómeno de la sincronicidad corporal en la
interacción social.
3.- Comunicación intrapersonal y auto-sincronía: experiencia, cuerpo y lenguaje.
4.- Escuchar sin confundirse: el “como si” de la empatía.
5.- Empatizar con y desde el cuerpo. Esbozo de un método de entrenamiento.
6.- A modo de síntesis.
7.- Referencias bibliográficas
CUERPOS QUE ESCUCHAN
El acontecer de la empatía desde el proceso del enfoque corporal.
“ Otra pregunta que me planteo es: ¿Puedo permitirme penetrar plenamente en el mundo de los sentimientos y significados del otro y verlos como él los ve?…¿Puedo entrar en ese mundo con una delicadeza que me permita moverme libremente y sin destruir significados que para él revisten un carácter precioso? ¿Puedo sentirlo intuitivamente de un modo tal que me sea posible captar no sólo los significados de su experiencia que él ya conoce, sino también aquellos que se hallan latentes o que él percibe de manera velada y confusa?” ( Carl R. Rogers )[1]
“Hoy en día estudiamos el escuchar desde un punto de vista experiencial. Ya no les damos las liosas instrucciones a los terapeutas de que repitan todo aquello que sus clientes digan. En cambio, creemos que lo mejor es vernos como si nos metiésemos dentro de nosotros mismos, permitir sin rechazo alguno que aflore cualquier sentimiento que aflore en nuestro interior. Creemos que en la relación de uno consigo mismo, uno no debe luchar inmediatamente con lo que venga, o intentar explicarlo, o intentar ocultarlo. Más bien, uno debe permitir que poco a poco, sea lo que sea, esté ahí.” (Eugene T. Gendlin )[2]
“El proceso de armonía empática conduce a la construcción de un sentido de confianza en la propia experiencia…Se centra en atender a la realidad sensorial presente que, con frecuencia, produce información, en cierto modo diferente, de las anticipaciones e imaginaciones de las personas sobre la realidad. Aprender a atender a los datos sensoriales básicos, desde dentro y desde fuera, es una forma de procesar la experiencia” (Leslie S. Greenberg y otros)[3]
“ La sincronía puede ayudar a la identificación de la cualidad de una relación en curso, por ejemplo determinando la capacidad de escuchar, la afinidad o el grado de conocimiento interpersonal íntimo de la otra persona” (Mark L. Knapp)[4]
1.- ENFOCANDO EL ASUNTO: LA COMUNICACIÓN Y EL CUERPO.
“ Una de las teorías más asombrosas que han propuesto los especialistas en comunicación es la de que algunas veces el cuerpo comunica por sí mismo” (F. Davis)[5]
Desde que descubrí, hace algunos años, las impresionantes investigaciones de
Eugene Gendlin y la práctica del focusing, aprendí, cada vez en mayor medida, a escuchar
las sensaciones fluyentes de mi propio cuerpo que me suelen indicar nuevos significados
para afrontar mis problemas, situaciones o decisiones que me permiten una mayor
conexión conmigo mismo y un aprendizaje progresivo de la autenticidad en el permiso que
puedo darme para ser mí mismo.
Así que, este entusiasmo por la conciencia y el valor de los significados
procedentes del cuerpo, me han impulsado a estudiar y proponer posibilidades para
acentuar mi convicción en el gran potencial de las teorías y aportaciones de Carl Rogers y
nuestro enfoque centrado en la persona. La persona es fundamentalmente corporal y la
experiencia de las actitudes básicas puede vivenciarse en y desde el cuerpo. Sólo desde
ahí la vivencia y la práctica de la congruencia, la consideración positiva y la empatía
adoptan su carácter de real y se perciben como auténticas.
Desde esta mirada, el trabajo que pretendo aportar en el marco del XII Encuentro
Latinoamericano del Enfoque Centrado en la Persona que tiene lugar en Uruguay tiene que
ver con una reflexión acerca de los fenómenos de sincronicidad en la comunicación no
verbal y, más en concreto, con el uso del focusing como instrumento para llegar a penetrar
plenamente en el mundo subjetivo del otro y permitir una mayor empatía en la relación de
ayuda y en la facilitación de grupos. Se trata de buscar caminos confluyentes entre las
aportaciones de Rogers y Gendlin que nos pueden servir para afrontar con mayor precisión
el entrenamiento de terapeutas y facilitadores en su capacidad de comprensión total del
otro que les posibilite estar presentes con más intensidad y contemplar lo que acontece en
el marco de su relación con el cliente y con el grupo. Este acontecer, que no es de uno ni
de otro, sino que confluye en el entre de la relación, es la manifestación de la tendencia
transformativa que tiene un potencial de crecimiento y desarrollo mágico y maravilloso.
Sus manifestaciones se pueden experienciar desde el cuerpo, lugar de nuestras vivencias,
experiencias y significados.
Pero los “cuerpos” no son objetos aislados que experiencian sólo por sí mismos.
La corporalidad y su experiencia acontecen como fenómenos en el ámbito de la interacción,
y la comunicación no sólo es el medio de este acontecer sino que es el fundamento de la
misma vida social e interaccional. Si se suprimiera en un grupo o en una relación social
todo intercambio de signos y significados orales o escritos, verbales o no verbales, este
grupo dejaría de existir. Y es que desde el momento de su nacimiento hasta el de su
muerte, el individuo establecerá intercambios. Se trata de una actividad compartida que,
necesariamente, pone en contacto psicológico y social a dos o más personas. La
comunicación consiste en cualquier comportamiento que tenga como intención suscitar una
respuesta o conducta específica por parte de una persona o de un grupo determinado. La
comunicación es un proceso de transmisión de un mensaje, que se realizará gracias a un
código que puede estar formado por palabras, gestos, expresiones, sensaciones
compartidas…
Así pues, “si se acepta que toda conducta en una situación de interacción tiene
un valor de mensaje, es decir, es comunicación, se deduce que por mucho que uno lo
intente, no puede dejar de comunicar. Actividad o inactividad, palabras o silencio, tienen
siempre valor de mensaje: influyen sobre los demás, quienes, a su vez, no pueden dejar
de responder a tales comunicaciones y, por ende, también comunican. Debe entenderse
que la mera ausencia de palabras o de atención mutua no constituye una excepción a lo
que acabamos de afirmar”[6]
La comunicación no consiste simplemente en decir o en oír algo. Como fundamento
de la vida social es un fenómeno humano y no solamente lingüístico. Es verdad que el
lenguaje es el instrumento de comunicación más importante que el hombre posee, y el
proceso de su pensamiento depende en gran medida del lenguaje y de su significación.
Pero no es menos cierto que una gran parte de la comunicación, en los intercambios entre
las personas, fluye de manera no verbal –consciente o inconscientemente-, y abarca todas
las sensaciones que el hombre puede concebir con independencia de las palabras mismas.
En realidad, a través de las comunicaciones no verbales, aun siendo
extraordinariamente complejas, captamos las actitudes, emociones y mensajes que los
demás nos transmiten y, muchas veces, nuestra receptividad a los indicadores no verbales
modifica totalmente nuestra comprensión de los demás.
Pero, además, el proceso comunicativo puede afectar también a uno mismo, en una
especie de autocomunicación. Como manifiesta Martí Tusquets: “La comunicación
constituye todos aquellos procesos por los cuales los individuos se influyen unos a otros.
Todas las acciones y sucesos tienen aspectos de comunicación, tan pronto como son
percibidos por el ser humano. La comunicación puede realizarse a cuatro niveles : intra-
personal (dentro de uno mismo), inter-personal (de uno a otro individuo), grupal (puede
ser de uno a muchos o de muchos a uno) y cultural (se transmiten mensajes de muchos a
muchos)”.[7] Este aspecto de la comunicación intrapersonal me ha resultado sugerente,
por lo que puede resultar interesante vislumbrar algunas relaciones entre este tipo de
comunicación desde el punto de vista no verbal, o corporal.
Comprender el cuerpo en los mecanismos de comunicación no verbal es capital. El
hombre es, de hecho, una unidad; y el cuerpo, la mente, los sentimientos, la conducta
interpersonal y el espíritu son todas manifestaciones de una esencia única. Toda idea,
gesto, tensión muscular, sentimiento, ruido en el estómago, ademán de rasgarse la nariz,
melodía entonada, desliz verbal: todo es significativo y lleno de sentido, y se relaciona
con el presente. Si sabemos lo que nos indica nuestro cuerpo quizás sea posible
conocernos más a nosotros mismos. Así que es plausible que el cuerpo sea fuente de
verdad, el lugar donde encontrar la propia identidad y donde está registrada toda la
historia vital de un individuo. En él están asentadas todas las experiencias, y disponibles
para ser exteriorizadas.
Existen dos fenómenos que han llamado mi atención estos últimos años y que he
encontrado descritos en una lectura interesante además de haber constituido la fuente de
inspiración para esta aportación. Por una parte, lo que Knapp denomina “sincronía
interaccional” y lo hace citando una investigación de Condon :”Condon sostiene que entre
dos interactuantes existe siempre una sincronía análoga. En algunos casos, esta sincronía
interaccional puede ser imitativa o una imagen especular de la conducta de otra
persona.”[8] En segundo lugar, resulta llamativa la relación que pueda existir entre cuerpo
y pensamiento a través de lo que Knapp denomina “sensación general” citando para ello
una investigación de Dittman: “Probablemente se recuerden ocasiones, ejemplos de
ocasiones en que uno trata de comunicar una idea excitante, difícil de conceptualizar, o
considerada como muy importante. En tales casos se puede apreciar una ‘sensación
general’ de las conexiones entre el flujo de pensamiento y el flujo de movimientos
corporales.”[9]
De manera similar, Gendlin define esta “sensación general”: “Hay una especie de
conciencia corporal que influye profundamente en nuestras vidas y que puede usarse como
instrumento para ayudarnos a alcanzar metas personales. Se ha prestado tan poca
atención a este modo de conciencia corporal que no existen palabras prefabricadas para
describirla, y yo he tenido que acuñar mi propio término: felt-sense (sensación-sentida).
La sensación-sentida cambiará, se moverá si te acercas a ella en la forma debida… Una
sensación-sentida no es una experiencia mental, sino física… Una conciencia corporal de
una situación, persona o suceso. Un aura psíquica interna que rodea todo lo que sientes y
sabes acerca de una determinada cuestión en un momento dado, la rodea y te lo
comunica a tí en su totalidad más que detalle por detalle… Una sensación-sentida no te
viene en la forma de pensamiento o palabras u otras unidades sueltas, sino como una sola
(aunque a menudo perpleja y muy compleja), sensación corporal.”[10]
Lo interesante del felt-sense es que no consiste en una emoción sino en una
sensación preconceptual que, de forma implícita, contiene significado. “Lo que yo quiero
decir con sensación realmente es el significado sentido, una riqueza preconceptual,
implícitamente ‘toda esta situación’, o ‘todo lo que tiene que ver con…’… Ese tipo de
sensación no es una mera tonalidad emocional, sino más bien todo aquello que ha
ocurrido y que la vida y yo seamos de la forma que somos ahora”.[11]
Y es que, en la experiencia de la vida, nada hay más íntimo que la experiencia del
propio cuerpo; parece que asegurar su bienestar tiene más prioridad que casi todos los
demás asuntos de la vida. Tal vez en ningún otro aspecto de la vida el saber previo de la
experiencia tiene una importancia más decisiva que en éste, porque ese saber previo
estructura de algún modo nuestros procesos cognitivos y comunicativos.
Sincronicidad[12] o empatía corporal y experienciación desde el cuerpo en el proceso
de comunicación intrapersonal constituyen, de ese modo y por ese orden, las reflexiones y
aportaciones de este trabajo que, ciertamente, me ha resultado motivador y satisfactorio.
Desde estos fenómenos es posible experienciar corporalmente, en mi propio cuerpo, las
sensaciones-sentidas del otro y, al mismo tiempo, ser capaz de no identificarme con esta
experiencia interna mediante la vivencia -también corporalmente sentida- de ponerla “a un
lado”, y experimentar el reconocimiento de lo que forma parte de mi propio proceso
experiencial y del proceso experiencial de la otra persona. Esta forma de ejercer la empatía
precisa, sin duda, de mucho entrenamiento; al mismo tiempo, constituye un enorme
potencial en la relación de ayuda y en la facilitación de grupos. Deseo que el atrevimiento
haya valido la pena.
2.- UN COMPORTAMIENTO CURIOSO: EL FENÓMENO DE LA SINCRONICIDAD
CORPORAL EN LA INTERACCIÓN SOCIAL.
“Hay una larga tradición, que se remonta a varios siglos, que vincula la empatía con el comportamiento prosocial; y es un reflejo de la influencia de esta tradición el que la empatía aparezca, a veces, asociada con conductas de ayuda. Otra razón es la de que las iniciativas prosociales pueden ser observadas más fácil y claramente que la reacción emocional de una persona ante el malestar de otra”.( N. Einsenberg y J. Strayer )[13]
“Aunque la empatía pueda parecer misteriosa, conviene recordar que en el universo hay muchas cosas que parecen misteriosas, sólo que nos hemos acostumbrado a ellas; y, quizás, también lleguemos a acostumbrarnos a la empatía”.( H. Sullivan)[14]
Siempre que dos personas participan en una ocasión social deben optar por cierto
grado de proximidad física. La proximidad varía con el medio social. En una fiesta muy
concurrida, los invitados se aproximan entre sí, en parte para oír la conversación, y en
parte para indicar con quién están interactuando. A veces estas situaciones son encuentros
sociales. El encuentro social es una ocasión de interacción cara-a-cara en los que la
presencia recíproca manifiesta una cierta disponibilidad de los participantes.
En este tipo de encuentros “las reglas que organizan la presencia recíproca cara-a-
cara permiten flujos ordenados de comunicación, pero esto es el resultado de la actuación
de reglas que remiten en primer lugar a la interacción, a los movimientos de
comportamiento, a la construcción de una definición de la situación”.[15] Esto hace que,
en este tipo de situaciones, se exprese un orden social determinado y que, por
consiguiente, al representar auténticos microsistemas sociales puedan adoptarse como
unidad de análisis.
El hecho de que estos microsistemas puedan adoptarse como unidad de análisis
constituye un factor muy importante en la investigación de la relación terapéutica y en los
grupos, puesto que implica que una relación de ayuda no consiste en la intervención de un
terapeuta hacia su cliente (sea una intervención de escucha activa, de proyección, de
mensaje…) sino que es un fenómeno interaccional que acontece. Es el transcurso de este
acontecer, como unidad que supera la simple relación entre dos individuos, el proceso que
lleva inherentemente todo su potencial terapéutico y de crecimiento.
También en los grupos sucede lo mismo. El haz de relaciones que se produce en las
interacciones entre el facilitador y las personas del grupo, y entre ellas mismas, forma un
compendio interaccional potente que contiene toda la energía de una tendencia
constructiva que transforma.[16]
Aún en los comportamientos más simples es un hecho que, en estas situaciones, un
individuo que habla está animado por movimientos y gestos. Esta actividad motriz afecta
todas las zonas del cuerpo del locutor: la cabeza, los ojos, la tez del rostro, los hombros,
el tronco, los brazos, las manos, los dedos, las piernas y los pies. No cabe duda de que la
cuestión del alcance de esta actividad motriz en el seno del proceso de comunicación
resulta crucial. Los gestos y la actividad visible de las personas que interactúan deben
tener una función comunicativa esencial, ya que transmiten, en la situación de interacción,
un conjunto de informaciones de las que el mensaje verbal parece no estar claramente
provisto.
Uno de los muchos y complejos fenómenos que se producen en una situación cara
a cara es la sincronicidad imitativa de los movimientos corporales de los interactores,
especialmente cuando la comunicación que se establece se caracteriza por una cierta
“intimidad”.
Algunos autores han acuñado el término “empatía” intentando traducir el vocablo
alemán “einfühlung” utilizado por Robert Vischer (filósofo de la estética) para designar que
la aprehensión de un objeto sensible encierra una tendencia inmediata en el sujeto a
llevar a cabo un tipo especial de actividad. El concepto ha sido utilizado en psicología,
para determinar una actitud del terapeuta en la relación de ayuda (Rogers) y en la filosofía
de la historia en el sentido de comprender la historia “desde dentro” a partir del método
hermenéutico.
La empatía, o sincronía interaccional –en términos de Knapp- presupone la capacidad
de adoptar la perspectiva y el rol de otra persona y tiene que ver con una tendencia a
sentirse uno mismo “dentro” de una situación. El sociólogo G. Mead, por ejemplo, estaba
interesado por la cuestión de la adopción de roles y escribió acerca de la internalización de
normas sociales y el desarrollo del sí mismo en la interacción humana, manifestando que
las personas no sólo desarrollamos respuestas adecuadas con nuestro papel en la relación
sino que incorporamos en nuestro sistema reactivo las respuestas de otras personas
significativas en la situación. “Nos referimos, por supuesto, a una situación social en
cuanto distinta de simples reacciones orgánicas como los reflejos del organismo en el
caso que una persona se adapta inconscientemente a las que la rodean. Uno logra la
conciencia de sí en la medida en que adopta la actitud del otro o se siente estimulado a
adoptarla. Entonces se encuentra en posición de reaccionar en sí a esa actitud del
otro”.[17]
¿Es posible pues que en algunas situaciones sociales exista una especie de mímica
motora que haga que, a través de nuestro cuerpo, adoptemos esta actitud de empatía o
sincronicidad?. ¿Puede ser la sincronicidad o la empatía un signo de comunicación no
verbal, además de verbal? ¿Tiene un carácter de no intencional o responde a algún
sentido?
Cuando vemos, que algún objeto está a punto de caerse sobre la pierna o el brazo
de otra persona, tendemos naturalmente a recoger y retirar nuestra pierna o nuestro
brazo. Este es un ejemplo de una acción producida por un observador y que es apropiada o
acorde con la situación de la otra persona más que con la propia. El observador actúa como
si ocupara el lugar del otro hasta el punto de fruncir el entrecejo con su dolor, de sonreir
con su alegría o de intentar eludir el peligro de esa persona. Es una especie de empatía o
sincronicidad refleja, más que consciente, casi primitiva, que funciona como un proceso
comunicativo paralelo de la situación “normal” de interacción.
Si nos fijamos en la evolución de un bebé nos daremos cuenta fácilmente que tiende
a asumir los modelos de una cierta imitación de los adultos como si fuera una máquina
copiadora de gestos corporales, como si existiera una tendencia innata no específica a
imitar y, este hecho, resulta sin duda básico para el aprendizaje social.
Algunos antropólogos han descrito la ceremonia ritual de la “couvade” en la que, com
es sabido, el padre aparece sufriendo los dolores de parto junto con la madre.[18] En
situaciones más cotidianas podemos observar, por ejemplo, como una madre al dar una
papilla a su hijo, la mayoría de las veces abre su boca “después” de que la haya abierto su
bebé; de ahí que la madre esté “imitando” y no sólo intentando inducir al niño a que la
imite.
Como podemos entrever, este fenómeno de sincronicidad es más cotidiano y habitual
de lo que aparece a simple vista. Después de todo, el observador que retira su brazo ante
el objeto que cae sobre otro no se lesiona, ni la madre se come la comida de su bebé. En
cierto sentido es inapropiado “hacer” la conducta de la otra persona. Tales acciones dan la
impresión, incorrecta y falsa, de que el observador es momentáneamente la otra persona
en la situación de esa persona más que en la suya propia. Pero ¿por qué hace la gente
esto? o, mejor aún, ¿hace realmente esto la gente?
En realidad parecería que sólo pudiéramos hablar de comunicación no verbal o de
lenguaje del cuerpo si fuéramos capaces de demostrar la existencia de un código, es decir,
de un sistema de señales compartidas socialmente, por medio del cual un individuo
transmite su experiencia a otro individuo que, a su vez, responde de forma sistemática a
dicho código. Pero eso no siempre es así, en general lo que se denomina comunicación no
verbal se basa en las inferencias del interlocutor a partir de la actividad corporal de la
persona que se dirige a él.
Es plausible pensar que esta sincronicidad corporal no es necesariamente expresiva
de ningún estado interno de la persona que la manifiesta; sin embargo sí es expresiva
“para” la otra persona en la situación social. Si hacemos caso del marco teórico de
Watzlawick[19], por ejemplo, que considera cualquier conducta que se produce en un
contexto social como potencialmente comunicativa, habría que señalar que siempre que se
produce el fenómeno de la sincronicidad hay alguna “otra persona” en la situación. Por
consiguiente, el foco del análisis del fenómeno debería ampliarse para incluir a esta otra
persona así como el efecto potencial de la conducta sobre ella.
Watzlawick y otros proponen[20] que las conductas no verbales transmiten
información analógica a otros sobre nuestras relaciones con ellos.
Si esto es así, si los comportamientos no verbales, o actividad visible del locutor,
tienen funciones importantes dentro del marco de la transmisión de las informaciones
durante el proceso de comunicación, debe ser posible ver su huella cuando este proceso se
desarrolla sin que los interlocutores puedan verse uno al otro. Privados de la visibilidad de
estas señales no verbales, estos interlocutores deberían renunciar a utilizarlas, ya que
exigen una considerable energía y resultan inútiles en dicha situación. Además, al estar
ausentes estas señales en el canal de comunicación, el intercambio verbal debería verse
profundamente afectado. En dicho caso podría producirse la eventualidad de que la
ausencia de señales no verbales implique un empobrecimiento considerable del conjunto
de la interacción social o, por contra, la de que los interlocutores hicieran un esfuerzo para
paliar la ausencia de señales visibles operando importantes compensaciones verbales y
llevando a cabo, en amplia medida, modificaciones de su lenguaje, de sus entonaciones o
de otros aspectos del comportamiento verbal. En cualquier caso, en comparación con una
situación de encuentro cara-a-cara, la comunicación que se desarrolle en ausencia de
visibilidad recíproca parece que debería ser sumamente diferente, tanto a nivel verbal
como no verbal.[21]
Sin embargo, las personas cuando hablan se mueven y sus movimientos no parecen
estar relacionados con la transmisión de información, entonces los comportamientos no
verbales o son comunicativos y transmiten, dentro del proceso interaccional, significados
importantes; o la actividad gestual forma parte integrante del proceso de codificación, es
decir, de la actividad a través de la cual las ideas adoptan una forma comunicable.
Pero, aplicando el principio de Watzlawick a la sincronicidad corporal, -que las
conductas no verbales transmiten información analógica a otros sobre nuestras relaciones
con ellos-, podemos advertir que el observador se autovivencia momentáneamente como
sintiendo lo mismo que siente el otro al inclinarse, sobresaltarse o sonreir como si
estuviera en la situación del otro. En lugar de decir simplemente “ya sé cómo te sientes”,
el observador “muestra” cómo te sientes utilizando el código analógico equivalente al
enunciado verbal. Esto sugiere que la sincronicidad corporal, o esta clase de empatía con
el cuerpo, es más que una conducta no verbal; es una comunicación no verbal dirigida a
transmitir “sentimiento de compañerismo” a la otra persona.
El movimiento corporal sincrónico se halla implicado en la actividad verbal del
individuo, y en los momentos de escucha, y es función del grado de complejidad de la
actividad comunicativa. Esta actividad motriz parece necesaria para la persona que habla y
para la que escucha y crece en función de la densidad y la complejidad de la actividad
verbal comunicativa.
La mayoría de los gestos desplegados por una persona que habla o que escucha
tienen la apariencia de una actividad analógica. No siempre resulta fácil darse cuenta de
ello, porque las personas, generalmente, nos centramos en nuestra dimensión verbal y,
por consiguiente, la gesticulación tiende a escapar de nuestra atención. Pero basta con
observar una conversación entre terceras personas a cierta distancia, o interrumpir el
sonido del televisor durante la emisión de un debate, para ver aparecer de forma
manifiesta la multitud de movimientos que esbozan, a menudo tan sólo de forma
incipiente y vaga, contenidos del discurso. La forma del objeto evocado, su movimiento, su
relación con otra cosa, sus atributos, su localización en el espacio… se manifiestan unos
tras otros en los gestos. En tiempos fuertes de la expresión verbal, estos gestos pueden
invadir incluso toda la actividad corporal, constituyendo la mímica. Aunque, generalmente,
sólo la mano y el rostro “hablan” y, la mayor parte del tiempo, de manera apenas alusiva.
Una parte de estos gestos son sincrónicos, imitativos de los gestos del otro interlocutor.
Es verdad que, a veces, las personas producen sincronicidad corporal cuando están
solas –frente al televisor o viendo una película, por ejemplo-, pero esto puede explicarse
por analogía con el lenguaje. Cuando estamos solos, a menudo pensamos con palabras y
estas palabras a veces las pronunciamos. De manera semejante, representamos algunas
reacciones de manera no verbal y éstas también pueden expresarse incluso cuando
estamos solos. O pudiera ser que participemos en una experiencia de “personificación” de
la pantalla en cuyo caso ésta se convertiría en un “receptor”.
Sea como sea, aunque el estímulo que genera sincronicidad corporal puede suscitar
reacciones intrapersonales, parece que no son éstas las que conducen a una manifestación
visible. La empatía corporal es una función de la situación interpersonal y comunicativa, no
un producto secundario de una experiencia privada.
Quizás se trate de procesos paralelos: el mismo estímulo puede inducir las
reacciones internas y las manifestaciones externas, pero ambas funcionan de manera
independiente, como ocurre en el caso del lenguaje verbal. El lenguaje no es el simple
producto de la emoción o de la cognición, ni la consecuencia involuntaria de un estado
intrapersonal; más bien tiene su propio campo en la interacción humana. Pero el modelo
habitual de la conducta no verbal es que, a diferencia del lenguaje, constituye
simplemente un “indicador” comportamental que revela, a menudo de manera inadvertida,
la experiencia interna del individuo.
Pero si la función de la sincronicidad corporal es comunicativa ¿Por qué la gente
manifiesta a otros algo que puede reflejar o no su estado anímico interior? ¿Por qué esta
manifestación tiene que ser tan rápida y tan exactamente sintonizada con la disponibilidad
del receptor y su decodificación?
Creo que esto ocurre debido a que la sincronicidad corporal transmite un mensaje
que es de vital importancia para nuestra relación con otros: yo puedo sentir como tú
sientes; yo soy como tú.
La empatía, como se ha dicho más arriba, ha sido de interés para los teóricos
sociales debido a su importancia para la sociedad. Pero la empatía que sólo es sentida y
nunca actuada no tiene implicaciones sociales[22]. El sufrimiento o la alegría por otro
constituye una experiencia privada, a menos que aparezca como palabra o acción. Por el
contrario, las palabras o las acciones adecuadamente expresadas pueden tener su efecto
saludable aunque no vayan acompañadas por la experiencia privada de la empatía.[23]
Así, la sincronicidad corporal tendría la función de expresar empatía al otro. En esa
tarea no espera a comprender plenamente la situación del otro, ni requiere que el
observador experimente primero los sentimientos del otro; su primera prioridad consiste en
manifestar semejanza con el otro y esto lo hace rápidamente y precisamente.
Parece que los seres humanos estamos especialmente capacitados para semejante
función. Esto es, nos hallamos en estrecha sintonía con las situaciones de nuestros
compañeros; luego procesamos la información rápidamente y, a continuación, registramos
de manera inmediata, no verbal, que lo hemos hecho así. Después podemos llegar a
comprender o a sentir la situación del otro en un sentido más deliberativo y eso puede
conducir a las palabras o a la acción, pero la prioridad social es tan grande que primero se
produce la comunicación inmediata.
Si podemos considerar la conducta no verbal sin prejuicios podemos entrever que esa
conducta puede ser comunicativa. ¿Por qué iba a aparecer semejante conducta si no
estaba dirigida a ser vista? ¿ Por qué iba simplemente a desbordarse a partir de sucesos
internos? La naturaleza no parece ni descuidada ni derrochadora; otras conductas humanas
son precisas y funcionales. Por consiguiente, si una conducta se hace visible a otros,
parece razonable empezar por asumir que es comunicativa –siguiendo las tesis de
Watzlawick-. Así , si la conducta no verbal expresa información a otros y es parte del
proceso comunicativo a través del cual nos conectamos con los otros, es plausible suponer
que este fenómeno sincrónico corporal tiene también una función singnificativa en la
interación social y pudiera suponerse que esta función se fundamenta en la expresión de
empatía hacia los demás, más que en la comunicación de un estado interno propio.
En cualquier caso esta sincronicidad interaccional es algo sutil y no consiste en una
exacta imitación de gestos, sino en una especie de ritmo compartido. Flora Davis, al
comentar los experimentos de William Condon en base a múltiples filmaciones de
diferentes conversaciones, manifiesta: “La sincronía interaccional es variable. Algunas
veces está presente sólo de manera muy leve y otras aparece muy intensificada. Dos
personas que están sentadas pueden mover solamente sus cabezas al compás; luego
pueden agregar movimientos de pies o manos, hasta que finalmente parecen acompañarse
con todo el cuerpo. La experiencia interna en un momento así es un sentimiento de gran
armonía, de que realmente uno se comunica con la otra persona, a pesar de que la
conversación puede ser enteramente trivial. Por lo tanto, en un nivel subliminal la
sincronía interaccional expresa variaciones sutiles pero importantes en la relación.”[24]
No por sutil el de la sincronicidad deja de ser un fenómeno significativo en la
interacción humana. Es cierto que quizás hagan falta plurales investigaciones para poder
explicar por qué se produce. Pero quizás resultara más adecuado comprender para qué se
da este fenómeno en las relaciones humanas. Y quizás una razón sea la necesidad del ser
humano de comprender a los demás, aunque sólo fuera para comprenderse a sí mismo,
pero “para comprenderse a sí mismo, el hombre necesita que otro lo comprenda. Para que
otro lo comprenda necesita comprender al otro”.[25]
En palabras de Kanpp: “Cuando observamos un lenguaje corporal, lo que vemos es
un sistema que mantiene algunos paralelismos con el lenguaje hablado. Los datos
presentes muestran que la cinésica no es un sistema de comunicación que posea
exactamente la misma estructura que el lenguaje hablado. Sin embargo, los movimientos
del cuerpo mayores o menores aparentan tener una clara relación con las correspondientes
unidades del habla grandes o pequeñas. Los movimientos no parece que se produzcan al
azar, sino que están inextrincablemente ligados al habla humana. Desde el nacimiento
existe un esfuerzo para sincronizar los movimientos del habla y del cuerpo, y los adultos
manifiestan una auto-sincronía y una sincronía interaccional.”.[26]
Y si aceptamos como evidente este fenómeno, ¿por qué no podemos ir un poco más
allá? ¿No puede ser posible que esta capacidad “imitativa” en la gestualización abarque
también la capacidad del ser humano de sentir realmente, corporalmente, aquello que el
otro siente, su felt-sense, esta sensación difusa y general acerca de… y no sólo de
comprender cognitivamente el significado de esta experiencia? Si esto fuera así, y yo creo
que lo es, entonces tiene mucho más sentido este “penetrar plenamente en el mundo de
los sentimientos y significados del otro” del que hablaba Rogers. Más aún, si hubiera un
instrumento que nos permitiera aprender a hacer eso – y yo creo que lo hay mediante el
focusing- tendríamos a nuestra disposición una herramienta poderosa para el
entrenamiento de terapeutas y facilitadores y para nuestras mismas relaciones
interpersonales.
3.- COMUNICACIÓN INTRAPERSONAL Y AUTO-SINCRONÍA: EXPERIENCIA,
CUERPO Y LENGUAJE.
“Si lo comparamos con lo que normalmente pensamos y sentimos, lo que surge
desde el lado corporalmente sentido de la consciencia es idiosincráticamente más
complejo y polifacético, y, aún así, más abierto a nuevas posibilidades. No estamos
completamente determinados por el pasado , pero al contrario de lo que normalmente se
dice hoy en día, tampoco podemos construir cualquier narración que nos guste. Sólo cierto
tipo de pasos traerán consigo el surgimiento de nuestra vida corporal. Pero todo eso no se
puede expresar apropiadamente en una introducción. Por decirlo de algún modo, las
palabras todavía no están dotadas del significado que necesitan expresar”. (E. Gendlin
)[27]
Si el fenómeno de la sincronía interaccional resulta interesante, parece que no lo es
menos el de la auto-sincronía –para seguir utilizando el término de Knapp- que se refiere a
esa “sensación general de las conexiones entre el flujo de pensamiento y el flujo de
movimientos corporales”.[28] Este fenómeno entra en el ámbito de la comunicación intra-
personal, más que en el ámbito interaccional y quizás por eso la teoría de la comunicación
no le ha dedicado muchos esfuerzos investigadores.
Sin embargo, el mismo Paul Waltzlawick ya se cuestiona este hecho como
relevante en la teoría pragmática de la comunicación cuando manifiesta: “Se plantea
entonces el interrogante de si alguno de los principios de nuestra teoría de la pragmática
de la comunicación humana puede ser útil cuando nuestro interés se desplaza de lo
interpersonal a lo existencial y, en tal caso, de qué manera.”[29]
Parece que este fenómeno ha sido más estudiado en el ámbito terapéutico y en
su relación con el lenguaje. Así, Griffith, profesor de psiquiatría de la Universidad de
Mississipi manifiesta a propósito de un comentario de un caso de terapia: “Podemos decir
que, en concreto, la señora Martin experimentaba su vida pero no sabía qué
experimentaba. Sólo podía conocer aquello para lo cual disponía de un lenguaje que
posibilitara ese conocimiento. Para ella, el éxito de la terapia dependía de construir un
lenguaje con el que pudiera hablar de su mente y su cuerpo consigo misma y con otros.
No podemos comprender nuestra experiencia si no disponemos de un lenguaje para
comprenderla; y si no comprendemos la experiencia que vivimos, nos sentimos impotentes
en el intento de comunicar esta experiencia a otros.”[30]
La experiencia tiene lugar en un mundo hablado y siempre se encuentra saturada
de lenguaje. Pero el cuerpo responde con más complejidad que todo el lenguaje y las
normas sociales juntos. Nuestro cuerpo siente la complejidad de cada situación y posibilita
la mayor parte de las cosas que hacemos a lo largo del día sin que tengamos que pensar
en cada uno de nuestros movimientos. Ciertamente, lo que pensamos es importante, pero
sólo podemos pensar en unas pocas cosas a la vez. Sin embargo, el cuerpo totaliza la
situación global y da con las actuaciones apropiadas la mayoría de las veces. El cuerpo
humano vive de forma inmediata y directa cada situación.
Los poetas y los artistas, por ejemplo, trabajan a partir de una sensación de algo
que todavía no se ha formado. Entre los hombres de negocios es bien conocido que
muchas decisiones son tomadas por aquellos que saben medir una situación por la
sensación que de ella tienen. Estas personas es como si tuvieran “olfato para los
negocios”. El cuerpo sabe, y puede crear complejidades más realistas que las que puedan
ser pensadas o dichas en cualquier forma.
Supongamos que tengo una sensación extraña y confusa –es por la tarde-. Luego
me doy cuenta de que me he olvidado de algo, ¿qué es eso?. No lo sé y sin embargo ahí
está, en esa extraña tensión corporal. Pienso sobre todo aquello que tenía que hacer hoy,
pero ninguna de ellas es “eso”. ¿Cómo sé que ninguna de ellas es lo que olvidé? Esa
sensación de algún modo lo sabe. No desaparece. Me sumerjo en la sensación. De pronto
me acuerdo: sí, había quedado con alguien para almorzar. Ahora ya es demasiado tarde.
Esto puede ponerme tenso. ¿Pero que hay de esa sensación? Esa tensión concreta ha
disminuido. El alivio no es más que la disminución de esa sensación. Su reducción es lo
que me hace saber que me he acordado. La experiencia de recordar es algo que se
experimenta y el término “recordar” lo usamos como referencia directa a la experiencia.
Es evidente que también hay indicadores externos del recordar, por ejemplo una
llamada telefónica para disculparme. Pero este espacio en blanco, pre-verbal, que ha
generado el cuerpo en forma de una leve sensación, acarrea un flujo de pensamiento que,
cuando se ajusta a la sensación , produce un nuevo sentir corporal, en este caso de alivio.
Este fenómeno de auto-sincronía es en realidad un proceso que realiza nuestro
organismo y está presente a lo largo de nuestra existencia. Siempre podemos acceder a
ella, aunque no seamos conscientes de esto en todo momento.
Como explica Griffith: “A veces, una persona entra en una situación que en ese
momento representa algo en que esa persona no está preparada para participar. La mente
aún no ha podido comprender qué podría ser eso. Pero el cuerpo sí. El cuerpo emite
señales de que esa situación encierra algo de lo que la persona se debe proteger en ese
momento. El cuerpo ha captado esta idea que aún escapa a la mente”.[31]
Esta experiencia sentida, o sensación general o auto-sincronía[32] significa darse
cuenta de lo que estamos experimentando directamente en nuestro interior, sin la
influencia mediadora de pensamientos, creencias, evaluaciones etc. Incluye sentimientos,
emociones y sensaciones que surgen del propio cuerpo. Aunque muchas veces no nos
damos cuenta del constante fluir de estas experiencias, nuestro interior las puede sentir
de forma muy concreta e inmediata. Por ejemplo, podemos sentir en nuestro cuerpo una
tensión o agitación que significa miedo, una pesadez o presión que indica tristeza o una
sensación de hormigueo o energía que expresa un sentimiento de alborozo. Es decir, todo
nuestro organismo está continuamente en proceso de experienciar, y podemos permitirnos
sentir esto de forma muy sencilla y directa.
Es obvio, y de ahí la importancia del fenómeno para la teoría de la comunicación,
que el lado corporal subjetivo no es privado. Es tan público e interaccional como el propio
lenguaje. La “sensación general” es la interacción corporal con las diferentes situaciones.
Lo que uno siente en cada momento siempre es interaccional, se refiere al universo infinito
y a las situaciones en un contexto con otras personas, palabras, signos, entornos físicos,
sucesos… La experiencia no es “subjetiva” ni intrafísica, sino interaccional.
La psicología cognitiva contemporánea nos lleva a pensar que los lazos que se
han establecido entre el referente y el locutor son lazos de una actividad preceptivo-
cognitiva que se limita a la estructuración y formación de categorías, a la
conceptualización y organización de vínculos lógicos. Según este punto de vista, el mundo
al que nos enfrentamos y sobre el que gira nuestra experiencia y nuestra comunicación, en
un momento dado, sería un mundo puramente geométrico y técnico, que se presentaría
sumamente bien a un tratamiento a través de procesos cognitivos-racionales del sujeto.
Por lo que respecta a las resultantes de este tratamiento, son de tal naturaleza que, a su
vez, se prestan muy bien a la comunicación en su forma verbal y conceptual. Entre el
acontecimiento vivido por el locutor y la relación que de éste hace a su auditor, sólo
habrían contribuido los “procesos mentales superiores”.
Pero, a mi juicio, el mundo con el que tratamos todos los días no es tan
geométrico y técnico como sugiere el cognitivismo. El individuo está constantemente en
relación con un universo que nunca le permite ser neutro, que lo anima, lo atrae, lo
rechaza, lo transtorna y suscita en él gran cantidad de sentimientos, emociones y
actitudes. Nos hallamos ante dimensiones que, a su vez, son mucho menos captadas de
modo conceptual que de modo afectivo, postural, motor, corporal en definitiva. Así, de lo
que habla un locutor cuando menciona su referente interno en la comunicación, no es tanto
de las formas simbólicas o conceptuales, como se ha considerado generalmente, como de
las representaciones globales que incluyen además de esos aspectos simbólicos y
conceptuales, importantes elementos corporales y motores, que son indicios de las
motivaciones, actitudes y estados emocionales experimentados por este sujeto a través
de sus experiencias del referente.
Así pues, ésta sería una matriz dinámica que constituiría la fuente de la actividad
gestual. Cuando una persona tiene que expresar algo, en el proceso de comunicación, y
hacer que su receptor comparta el sentido con ella, es decir, el conjunto tanto conceptual
como no conceptual de lo expresado, este locutor únicamente dispone de un código de
comunicación común, el lenguaje, que es conceptual. ¿Intentará entonces traducir los
aspectos no conceptuales de lo que expresa a través de sus gestos? Creo que no, ya que
para ser comprendido por su compañero, estos gestos deberían ser infinitamente más
elaborados que los vagos esbozos que generalmente constituyen. Pero lo que necesita el
locutor para seleccionar mejor las palabras y las frases adecuadas para comunicar su
experiencia global, es estar en contacto directo con esta experiencia. En esta operación,
las expresiones se avivan necesariamente y los elementos gestuales y motores, esos
portadores de sentido, son esbozados una y otra vez. Sin esa actividad, el locutor no
podría recuperar plenamente el sentido de lo que desea comunicar.
Es más, cuando una persona, en una situación de interacción, comunica algo de su
estado interno, el receptor suele percibir si el contenido de la comunicación verbal es
genuino en el sentido de si aquello que se comunica responde exactamente a lo que se
siente, o más bien se percibe un desajuste entre lo que se dice y lo que realmente se
transmite. Cuando notamos un desajuste entre la comunicación verbal y la no-verbal,
cuando las palabras “dicen” una cosa y el cuerpo expresa otra, nos sentimos “engañados”,
o notamos que esa persona en cuestión “no dice la verdad”.
En la interacción percibimos pues si la persona comunicante está en auto-
sincronía, es decir, si la comunicación verbal y la no verbal que se produce
simultáneamente están en ajuste. Y sin duda el proceso comunicativo es más auténtico y
transparente cuando la comunicación verbal y la no verbal que se suscitan en una
determinada situación social se manifiestan congruentemente. Para ello, es preciso que
los interactores se mantengan en auto-sincronía y expresen aquello que realmente
sienten. “Sólo desde este nivel se puede comprobar que la realidad no es algo objetivo,
inalterable, ‘que está ahí afuera’, con un significado benigno o siniestro para nuestra
supervivencia, sino que para todos los fines y propósitos, nuestra experiencia subjetiva de
la existencia es la realidad, que la realidad es nuestra manera de pautar algo que quizás
esté más allá de toda verificación humana objetiva”.[33]
Knapp va todavía más lejos: “es posible que las personas cuyos movimientos
corporales no son sincrónicos con el habla, padezcan de alguna enfermedad
patológica”.[34]
Pese a ello, sin embargo, a medida que las personas crecemos, solemos aprender a
desligar nuestro cuerpo –expresiones faciales, tono de voz, respiración, postura, mirada…-
de nuestro discurso hablado, quizás por prejuicios sociales, normas, valores o cualquier
otra causa posible. Día tras día ocultamos a ese desnudo ser humano. Mantenemos un
celoso control para que nuestros cuerpos no pregonen mensajes que nuestras mentes, por
descuido, no logran ocultar. Sonreímos constantemente como forma de justificación, de
defensa o de excusa. “Este proceso de enmascaramiento va más allá de los músculos
faciales. Nos enmascaramos todo el cuerpo y a medida que pasan los años las máscaras
que usamos se van volviendo más difíciles de llevar.”[35]
La capacidad humana de crear un lenguaje funcional de uso diario, escindido del
cuerpo, es notable. Al mismo tiempo, silenciar la propia voz para proteger alguna
sensación o relación quizás tenga sentido y se logre fácilmente; mucho más difícil, aunque
igualmente posible, es silenciar también las expresiones de nuestro cuerpo. Y, si hacemos
caso de la aseveración de Knapp, la escisión del lenguaje y el silenciamento del cuerpo
constituyen, al parecer, el suelo donde crecen los síntomas de la patología.
Rogers descubrió, sin duda, que desde el interior de las personas surge un proceso
de autopropulsión hacia el cambio y el crecimiento. Para facilitar este despliegue eliminó
todo tipo de respuestas interpretativas y, en su lugar, las sustituyó por la aceptación
incondicional y la empatía para tratar de captar exactamente lo que el paciente intentaba
transmitir.
Gendlin elaboró un método de seis pasos, que denominó focusing, para ayudar a las
personas a estar más en contacto con esta “sensación general” que inherentemente
contiene esta direccionalidad de cambio contructivo y les ayuda a comunicarse desde este
“referente directo”.
Si pudiéramos relacionar estos dos fenómenos, el de la sincronía interaccional y el de
la auto-sincronía, ya no tanto para ayudar a las personas a ser más auténticas y
coherentes entre su manera de expresarse y su comunicación no verbal, sino para que los
terapeutas pudieran llegar a sentir plenamente en su propio cuerpo la “sensación general”
de su client para comprender no sólo el significado que para el paciente tiene esa
sensación sino el propio proceso por el que le otorga este significado, entonces tiene
sentido y posibilidad el “comprender plenamente” al otro, y mucho potencial curativo.
4.- ESCUCHAR SIN CONFUNDIRSE: EL “COMO SI” DE LA EMPATÍA.
“Empatía es la capacidad de percibir ese mundo interior, integrado por significados
personales y privados, como si fuera el propio pero sin perder nunca ese ‘como si’ “ (C.
Rogers) [36]
En la definición anterior, Rogers aparentemente “limita” la empatía a la percepción
de los significados que el client transmite acerca de su experiencia. Si entendemos el
funcionamiento del proceso perceptivo podremos comprobar fácilmente que, lejos de una
posición limitativa, la de Rogers, es una concepción profunda de la capacidad y el potencial
de la empatía.
Las personas, como seres en relación con otros y con el medio, estamos inmersas en
un complejo mundo de fenómenos que nos afectan a modo de estímulos. El estímulo
puede variar desde un saludo a una mirada, una sonrisa, una manera de vestir del otro que
puede parecerme agradable o no. Puede que también forme parte del estímulo el prejuicio,
la imagen previa del otro, o una simple conducta inicial que afecte a mi proceso
experiencial. Todo este cúmulo fenoménico produce, en la persona, material de la
experiencia; sensaciones que pueden atenderse y adquirir significado explícito desde su
significación implícita. Este flujo líquido que cambia cada instante y ondea en el campo
fenoménico de cada individuo configura la experiencia de este individuo como ser en el
mundo. Cada experiencia de cada persona es, por tanto, distinta, pues los estímulos que
le afectan pueden ser diferentes o, siendo similares, afectan a cada una de manera
desigual. A todo este marco descrito lo denominamos experiencia. La experiencia conforma
esta “sensación de” producida por algún conglomerado de estímulos que me afectan.
Puede que una persona no esté abierta a la experiencia y no perciba el significado
de esta experiencia. Cuando una persona es capaz de dar nombre a la experiencia se
percata de ella, tiene una percepción. Las personas percibimos sensaciones, emociones,
sentimientos, imágenes en relación con las demás personas y con el medio. La percepción
consiste en un proceso psicológico a través del cual damos un significado subjetivo a la
experiencia. La percepción es un poco posterior a la experiencia, es el nombre de la
experiencia.
Una persona camina de la experiencia a la percepción, a veces de forma automática,
sin darse cuenta, otras veces es preciso activar la función de “atender” a la experiencia.
Sólo atendiendo a la experiencia somos capaces de percibir. Lo que pasa es que esta
función de atender se da, generalmente, de forma natural, especialmente cuando el
conjunto de estímulos que configuran la experiencia nos afecta significativamente.
El facilitador de un grupo o un terapeuta deberán hacer posible, desde su propia
experiencia y vivencia, el proceso de darse cuenta; poniendo a disposición del grupo y del
otro su actitud y sus recursos para promover un compendio suficiente de estímulos que
produzcan experiencia y ayudar al proceso de dar nombre y percatarse para dar significado
a la experiencia. Cuantas más percepciones se produzcan, más posibilidades existirán de
generar un flujo comunicativo. Para favorecer este proceso de percibir sin interferencias es
preciso intentar que la conciencia pensante no distorsione su nivel intuitivo.
La empatía consiste, en cualquier caso, en captar estos procesos perceptivos del
otro. Sería mucho más profundo si, además de captar los procesos perceptivos, pudiéramos
reconocer lo previo, es decir, el mismo proceso del experienciar del otro.
En realidad la empatía puede incluir formas comprensivas más complejas que
abarcan no solamente los constructos de la otra persona, sino que puede participar, hasta
cierto punto, de la misma experiencia del otro, en una especie de sintonía común con el
otro.
Y es que Rogers no identificó nunca la empatía con el “reflejo” sino con un
genuino interés por penetrar en el mundo privado del otro intentando estar dentro del otro.
Este estar “dentro” implica sentir la complejidad de todo lo que le está sucediendo al
client por lo que abarca tanto su percepción como también su experiencia. Este tipo de
empatía envuelve la propia presencia personal del terapeuta o del facilitador en una
dinámica interaccional en su relación con el otro. En realidad es una empatía relacional que
hace referencia a la comprensión del vivenciar ajeno. Se trata de un proceso activo
caracterizado por el deseo intencional de conocer la consciencia plena, presente y
cambiante de otra persona, de adelantarse para recibir su comunicación y el significado
que intenta transmitir, y de traducir sus palabras y signos a un significado experienciado
que se corresponda como mínimo con aquellos aspectos de su conciencia que en este
momento sean más importantes para ella.
Rogers cita un artículo inédito de Raskin para describir esta forma de empatía:
“Existe otro nivel de respuesta del consejero no-directivo que para el autor
representa la actitud no-directiva. En cierto sentido, es una meta más que una actitud
realmente practicada por los consejeros. Pero, en la experiencia de algunos, es una meta
altamente alcanzable, que cambia la naturaleza del proceso del consejo de una manera
radical. En este nivel, la participación del consejero se convierte en una experiencia
activa, con el cliente, de los sentimientos que éste expresa; el consejero realiza un
esfuerzo máximo para meterse en el pellejo de la persona con la cual se está
comunicando, trata de introducirse dentro y vivir las actitudes expresadas en lugar de
observarlas, trata de captar todo matiz de su naturaleza cambiante; en una palabra, trata
de absorberse completamente en las actitudes del otro, no puede estar diagnosticándolas,
no puede estar pensando en acelerar el proceso. Puesto que él es otro, y no el cliente, la
comprensión no es espontánea sino que debe ser adquirida, a través de la atención más
intensa, continua y activa, a los sentimientos del otro, hasta el punto de excluir todo otro
tipo de atención.”[37]
Esta manera de entender la empatía es plausible gracias a la noción de contacto.
En un opúsculo de 1959[38] y editado en español en 1982[39] Rogers presenta sus seis
condiciones del proceso terapéutico manifestando, en su primera condición, que para que
tenga lugar un proceso terapéutico es necesario “que dos personas estén en
contacto”[40] y define la noción de contacto de la siguiente manera: “Cuando dos
personas están en presencia una de otra y cada una afecta el campo experiencial de la
otra en forma percibida o subliminal, decimos que esas personas están en contacto”[41]
¡Así que Rogers habla de presencia y afectación mutua en forma percibida o
subliminal! Y sabemos que la afectación difícilmente se produce exclusivamente en el
ámbito cognitivo o verbal. Esta afectación se produce en el ámbito del impacto emocional,
en el proceso del experienciar del terapeuta y del client. Es más, el proceso del
experienciar –el experiencing, en términos de Gendlin-, es un proceso corporal de
interacción incesante entre sentimientos en fluida conformación y los símbolos
provenientes del medio o del mismo yo. Usando palabras de Gendlin: “El experienciar es
un aspecto del vivir humano que es constante, es el constante, siempre presente,
fenómeno soterrado del vivir interior. Dentro del experienciar yace el dato interno de lo
que uno tenía que decir… La experiencia real es mucho más específica y rica que lo que
representan nuestros conceptos… La experiencia viva es un rico tejido que no puede ser
enmarcado en conceptos. Se puede tener sólo de forma sentida corporalmente”.[42]
Es posible que Rogers estuviera familiarizado con este modo de empatía corporal.
No sólo por el hecho de su trabajo conjunto con Gendlin sobre la escala experiencial del
proceso terapéutico (inicialmente en Chicago desde 1953, hasta que se produce una
separación amistosa en 1973)[43] , sino también por su propia práctica terapéutica.
En un relato sobre un caso –el caso Jim Brown (1962)- Greenberg analiza la
intervención de Rogers y expresa, entre otros asuntos: “Otra característica muy destacada
de estas sesiones son, por supuesto, los largos silencios y la paciencia y habilidad de
Rogers para aceptarlos. La capacidad de Rogers de estar sentado con el cliente y
permanecer atento, sin ejercer demasiada presión para ser de una manera determinada,
es una clara demostración del aprecio y la sensitividad hacia el mundo interno del cliente.
Por otro lado, el modo en que Rogers responde a los silencios con conjeturas empáticas –
Rogers las llama suposiciones empáticas- acerca de lo que el cliente pudiera estar
sintiendo en ese momento, muestra también claramente un aspecto importante de la
técnica utilizada por Rogers. Constantemente intenta acceder y profundizar en la
experiencia interna del cliente.”[44]
Sin duda si el terapeuta o el facilitador es capaz de experienciar en su propio
cuerpo el proceso experiencial del client, de sentir vivencialmente lo que siente el otro,
será más capaz de reflejar el significado que la experiencia tiene, en el aquí y ahora, para
el propio client y, en suma, el potencial curativo y de ayuda de la empatía será
enormemente más intenso y eficaz.
Ahora bien, no podemos obviar que este tipo deseable de empatía, que se
experiencia por medio del felt sense del propio terapeuta, que “siente corporalmente” lo
mismo que le está sucediendo al client “como si” fuera el propio client; puede confundirse
con las sensaciones propias (que también son experienciadas corporalmente por el
terapeuta) dando lugar a procesos identificativos más que empáticos. De ahí que cobre
mucha significación la aseveración de Rogers “sin perder nunca ese ‘como si’”.
Las identificaciones, en realidad, definen procesos psicológicos mediante los
cuales un individuo asimila un aspecto o un atributo de otro y se transforma total o
parcialmente en este modelo. Estos procesos son fundamentos de la simpatía y del
empatizar mediante el interjuego de identificaciones proyectivas e introyectivas.
Me parece que, en la medida en que un facilitador no sea capaz de discriminar sus
propios sentimientos de los del otro y se identifique con los sentimientos del otro o,
inconscientemente, proyecte sentimientos propios en su percepción de la experiencia del
otro, o de cualquier otra forma confunda las experiencias del otro con experiencias que
tienen su origen en sí mismo, su comprensión empática se verá reducida.
Y es que la empatía no pude consistir en una identificación emocional porque el
facilitador o el terapeuta como persona no experimenta los sentimientos del otro como
propios sino que sólo los hace suyos de forma temporal y los restinge a su contacto con el
otro sin olvidar que pertenecen al otro y no tienen su origen en sí mismo.
Hay dos diferencias fundamentales entre la identificación y la empatía.
En primer lugar la identificación consiste en la aprehensión e introyección del
estado de ánimo de otra persona, de su conducta o comportamiento pero sin sentir
realmente como siente la otra persona y confundiendo este “sentir” con el propio; mientras
que la empatía trata de “sentir” como el otro, pero es capaz de “ponerlo a un lado”, de
establecer una distancia adecuada entre esto que “es del otro” y mi propio experienciar. La
empatía presupone, en fin, la habilidad de diferenciar entre uno mismo y el otro, así como
entre la respuesta afectiva de uno mismo y la del otro.
En segundo lugar, y quizá es la diferencia más importante, la identificación es un
fenómeno esencialmente inconsciente permanente, mientras que la empatía es
preconsciente y temporal.
Este último hecho es, precisamente, el que puede permitir que, a través de
focusing podamos aprender a sentir corporalmente aquello que nos transmite otra persona.
Se tratará de atender completamente, no sólo con nuestra cognición, aquello que
captamos de la totalidad del otro y, acto seguido, dejar que se forme nuestro propio felt-
sense, escuchar nuestro propio interior corporalmente sentido, darle nombre y significado y
cotejarlo con el felt-sense del otro y su significado. En un segundo momento, poner a un
lado esta sensación, a la distancia adecuada, a modo de despejar un espacio (en términos
de Gendlin), para percibir y experienciar que entre esta sensación y yo mismo hay más
cosas que me afectan. Este ejercicio es el instrumento que nos posibilita empatizar real y
plenamente con el otro y no confundirnos. Al principio cuesta un poco, pero con el tiempo y
con entrenamiento seremos capaces de hacerlo de manera natural.
En realidad “el cuerpo y la psique son un solo sistema que se desarrolla en la
interacción con otras personas… El hombre es corporal, social y psíquico, no en tres
compartimentos sino en cada momento y fragmento de experiencia”[45] Asi que la misma
relación de ayuda y la facilitación de grupos deberían incorporar también esta dimensión
en la intervención como un todo de tal manera que la práctica facilitadora se produzca
desde la totalidad del organismo del facilitador o terapeuta que incluye sus sensaciones
corporales, la vivencia en el propio cuerpo de las sensaciones corporales del otro, su
capacidad de distinguir –también corporalmente- lo que es de uno y del otro, además de
su experiencia y recursos propios; y contemplar en este proceso aquello que acontece en el
encuentro que confluye en el “entre” de esta relación.
5.- EMPATIZAR CON Y DESDE EL CUERPO. ESBOZO DE UN MÉTODO DE
ENTRENAMIENTO.
“Estar en relación implica que estamos primero en contacto con nuestra propia
experiencia sentida corporal y desde ese lugar interno disfrutamos de cualquier grado de
contacto que emerja espontáneamente con quien quiera que nos encontremos.” (J.
Amodeo y K. Wentworth)[46]
“Los procesos empáticos conllevan un ciclo de retroalimentación, un ciclo en el
cual uno atiende al cliente con un interés que es genuino por comprender el mundo desde
el lugar en que éste lo ve, expresa respeto hacia el mundo subjetivo del cliente y lo
reconoce como fuente auténtica acerca de su propia experiencia. En este proceso uno
necesita percibir lo que está sintiendo el cliente, intentar sus modos de comunicarse,
entrar en su mundo utilizando la imaginación, e implicarse en un proceso complejo
tratando de apresar como es para la persona el ser dicha persona. Se trata de una
experiencia de integración completamente vivenciada con el cuerpo.” (L. Greenberg)[47]
En mi experiencia como facilitador de grupos siento, cada vez en mayor medida,
que si soy capaz de atender al significado de mi propio experienciar en el aquí y ahora de
la relación con el otro y de conectar la comunicación del otro con mi sentir corporal en este
momento, la intervención que fluye de mi parte es realmente facilitadora.
A veces expreso un contenido empático o de consideración positiva, o puede que
verbalice el nombre de una sensación que en el instante se hace presente en mi
conciencia, o simplemente guarde silencio; pero si, cualquiera que sea esta intervención,
nace de mi sentir corporal, en contacto con la capa anterior a mi conciencia, noto como la
intervención ha resultado intrínsecamente positiva.
Si percibo, en cambio, que mi respuesta interventiva proviene exclusivamente de
la cognición, del pensar lo que más conviene en este instante, me percato que la
expresión que realizo no tiene ninguna incidencia en el proceso de ayuda.
No me resulta siempre fácil mantenerme en contacto con mi propio interior y
atender a mi experiencia. La deformación profesional consistente en querer atender a la
experiencia del otro en la relación y en el grupo, y en insistirme a mí mismo en la
necesidad de responder empáticamente a partir del marco de referencia del otro, para
autoconsiderarme un buen facilitador centrado en la persona, un ser escucha para el otro y
para el grupo, me produce, en múltiples ocasiones, una especie de contradicción interna
entre lo que creo que debería hacer (o no hacer) y lo que realmente deseo a partir del
impulso intuitivo que siento en el centro de mi cuerpo como lo mejor en el instante
relacional.
Sin embargo, siempre que confío en mi propio organismo de manera total y
consigo que surja de mi sentir corporal una especie de conciencia intuitiva, tengo la
sensación de otorgar alguna respuesta adaptativa al sentir del otro que parece tener un
interesante potencial de ayuda. Llego a esta conexión conmigo mismo como en un proceso
natural y no forzado. Es como mantenerme un momento en silencio, dejar a un lado la
cognición y la aventura analítica de mi cabeza, mirar en el centro de mi cuerpo, en el
pecho o en el estómago, dejar que surja alguna sensación que siento corporalmente,
todavía no muy precisa, a veces ligera, otras veces muy densa o pegajosa; respirar esta
sensación como para darle volumen e intentar conferirle un significado con una imagen o
una palabra que se ajuste. Es como ir y venir de la sensación corporal al significado en el
que ya entra parte de mi cognición que esta vez emerge del propio sentir corporal. Cuando
se ajusta siento un ligero alivio y noto que algo se mueve, entonces siento la seguridad
de que mi organismo me indica la dirección correcta de mi intervención.
Este proceso parece tener lugar en un corto espacio de tiempo, como en un flash y
creo que tiene que ver con el resplandor inconcebible de la capacidad intuitiva que se
siente libre de amenazas racionales y se permite acontecer sin restricciones. Aunque,
también es muy cierto, no siempre sucede en cualquier momento ni en cualquier espacio,
ni en todas las condiciones y, a pesar de desearlo, muchas veces no ocurre.
He llegado a pensar que es reafirmando la conexión con mi propio núcleo interno
cuando siento diluirme en el otro, y no al revés, es decir; poniendo siempre entre
paréntesis aquello que pueda percibirme para ser totalmente el otro, para escuchar al otro
en su totalidad siquiera sin escucharme. Cuando me escucho a mí mismo y en este
escucharme auténtico voy superando los límites de mi yo, y en este saltar límites me hago
vulnerable y sigo despejando las capas de las fronteras de mi conciencia, como si fuera
pelando una cebolla, dejando que resuene en mi núcleo la manifestación del otro,
entonces es como me siento confluir en el abismo situado debajo de la conciencia del otro.
Quizás, en las profundidades, somos todos uno.
En la búsqueda de dar un sentido a este proceso interno que me impulsaba a
facilitar de una determinada manera y me hacía sentir cada vez más alejado, quizás
erróneamente, de los marcos esquemáticos de las intervenciones exclusivamente de
“respuestas reflejo” de los facilitadores del Person-centered approach fue cuando descubrí
focusing.
El focusing[48] constituye una de las más importantes aportaciones del filósofo
experiencial y psicoterapeuta Eugene T. Gendlin nacido en Viena en 1926 y afincado en
Estados Unidos, colaborador durante una docena de años de Carl Rogers e investigador
incansable de los procesos terapéuticos en el intento de dar respuesta a las causas del
funcionamiento de la terapia en unas personas y de su fracaso en otras.
Focusing es el proceso de darse cuenta de una sensación corporalmente sentida a
partir de la experiencia de notar cómo sentimos algo en el centro de nuestro cuerpo que
tiene significado emocional; esta sensación tiene que ver con la globalidad de algo, un
problema, una decisión, una relación personal, una situación existencial. Al conseguir
otorgar significado a esta sensación sentida que surge como globalidad de algo, parece
como si sintiéramos un alivio y el propio cuerpo nos indicara un nuevo paso, una nueva
dirección. Se trata de descubrir como el cuerpo ya sabe lo que la mente todavía desconoce
y de posibilitar una relación de confianza con nuestro cuerpo que nos permite ponernos en
contacto con la sabiduría interior que nos indica el siguiente paso para conducirnos hacia
una existencia más satisfactoria con independencia de valoraciones externas y con
autonomía frente al propio sistema de creencias.
Cuando prestamos atención a una sensación interior que tiene que ver con la
globalidad de algo parece que el mismo cuerpo, con el fluir de esta sensación, nos diera la
respuesta a nuestra búsqueda. Lo extraordinario de la investigación de Gendlin es haber
descubierto el funcionamiento de este proceso natural y haber determinado las pautas
para su aprendizaje y su práctica.
Gendlin ideó un mecanismo de seis pasos que nos ayudan a conectar con nuestro
interior, con la sabiduría implícita de nuestro núcleo interno.
A partir de este método de Gendlin, podemos adaptar el procedimiento para
entrenarnos para ser más empáticos y captar el felt-sense del otro a través de nuestro
propio felt-sense, para permitir movernos con familiaridad en el mundo subjetivo del otro
y, al mismo tiempo, poner a un lado esta sensación-sentida para no confundir nuestra
propia experiencia con la del otro.
De forma esquemática podemos expresar el procedimiento[49] como sigue:
1.- Disponerse para atender.
Antes de una entrevista o de un sesión de grupo es preciso que el facilitador se
tome unos minutos para relajarse, centrar la atención en su propio interior, en la parte
central de su cuerpo: en la garganta, el pecho, el corazón, el estómago, el vientre… Cabe
intentar seguir el ritmo de la respiración, sin forzarla, y vaciar de sensaciones esta parte
interior, como poniéndolas a un lado, a modo de despejar un espacio. Como si entre esa
sensación y yo se generara una distancia adecuada. La respiración profunda ayuda a
generar distancia entre mi yo y estas diversas sensaciones físicas. Desde este vacío uno
está dispuesto para atender.
2.- Atender empáticamente.
Este segundo paso consiste en atender con escucha activa y empatía las
manifestaciones del otro. Se trata de captar todas sus manifestaciones y dejar que
resuenen en mi interior, no en la cabeza, sino en la parte central de mi cuerpo. No es un
esfuerzo mental sino corporal y actitudinal. Se trata de mantenerse presente y dejar que la
expresión verbal y no verbal del otro afecte a mi propio experiencing.
3.- Ayudar a formar el felt-sense del client.
Indicar al otro que centre la atención en el centro de su cuerpo si noto disonancia
entre la expresión verbal y la no verbal. Ayudarle a formar su sensación-sentida de todo
ese asunto, darle tiempo para que su propio proceso experiencial vaya configurando una
sensación que estará repleta de significado sentido. Indicarle que, si quiere, puede
comunicarme esa sensación general que siente sobre todo este problema, situación o
persona…
4.- Dejar que resuene en mi felt-sense.
Deja que esta sensación, comunicada o no, del otro, resuene en tu propio cuerpo
a ver qué ocurre. Casi siempre podrás sentir esta misma sensación del client, la sentirás
en tu cuerpo y habrás captado el significado subjetivo del otro como si fueras el otro.
5.- Intervenir.
Ahora ya puedes intervenir resonando, lo puedes hacer con “respuesta-reflejo”,
con “metáforas”, con un mensaje de autenticidad y aceptación, con silencios o gestos. Tu
propio cuerpo, de forma intuitiva te indicará la respuesta adecuada. Notarás el impacto
que genera en el otro esta comprensión profunda.
6.- Poner a un lado mi sensación-sentida.
Vuelve a poner a un lado esta sensación que no es tuya y es del otro. Una
respiración profunda te ayudará a despejar este espacio para que puedas estar disponible
para otra intervención.
Este proceso se realiza de forma relativamente rápida, a medida que se tenga
entrenamiento casi se hace de forma natural. Y resulta muy potente para la relación de
ayuda y la facilitación de grupos.
6.- A MODO DE SÍNTESIS
Generalmente, tras una conversación, las personas somos incapaces de describir
la gesticulación de nuestro interlocutor. Resulta sin duda razonable considerar que los
comportamientos no verbales de nuestro interlocutor han ocupado sólo la periferia del
canal de nuestra atención, mientras que el centro de este canal se ha hallado en nuestras
tareas de codificación y desciframiento de los mensajes.
Sin embargo, la relación entre la comunicación verbal y las informaciones no
verbales que hemos captado, es como una especie de relación entre la figura y el fondo de
la que habla la psicología de la guestalt. Los elementos del fondo están presentes a título
de captadores potenciales de atención. Pero incluso si no atraen la atención principal, dan
una cierta coloración a la figura central.
Esta perspectiva de la figura y del fondo como modelo comparativo de la relación
entre lo verbal y lo no-verbal, también implica que, en ciertos momentos, esta relación
puede invertirse, de manera que los comportamientos no verbales ocupen el papel de
figura y el centro del canal de atención. Esto puede producirse si los comportamientos no
verbales resultan excesivos, extraños o discordantes en relación con la situación o el
contenido del intercambio. Si captamos disonancia o desajuste, entre las expresiones
verbales y no verbales, el individuo que “capta” se ve en cierta manera obligado, a su vez,
a abandonar una modalidad expresiva que provenía de una situación de auto-sincronía, de
ajuste entre su experiencia interna y su comunicación, y a recurrir a convenciones
lingüísticas, sumamente elaboradas, pero alejadas de la experiencia personal. El proceso
de comunicación se verá afectado, se producirá una sensación de “insinceridad” o
“inautenticidad” en el encuentro comunicativo. Es posible que, en este caso, también la
sincronía interaccional fuera mucho menor porque, desde el momento en que se esboza, el
proceso comunicativo está inmerso en una situación social e interaccional cuyas
dimensiones afectan, de manera determinante las formas de lenguaje y los modos
gestuales que surgen durante los intercambios.
Estos modos gestuales, específicamente los fenómenos de sincronía interaccional
y autosincronía, como componentes del proceso de comunicación, parecen tener funciones
comunicativas analógicas que tienen que ver con la comprensión del otro y de uno mismo y
van más allá del uso de una simple lógica del código.
La relación de ambos fenómenos es la que nos hace intuir una posibilidad de que
la sincronicidad no sólo se dé en movimientos corporales gestuales sino también en
sensaciones físicas interiores que tienen significado emocional y afectivo. Si esto es así,
sin duda se abre una probabilidad mucho mayor para que un terapeuta o un facilitador
empatice realmente con otra persona, y que esta empatía consista en percibir y captar
todo el interior del otro porque resuena en el interior del facilitador, en su propio cuerpo.
Sin duda se precisa un esfuerzo adicional para no identificarse con el otro.
Hay tantos movimientos que podemos hacer y hacemos minuto tras minuto en un
proceso comunicativo que muchas veces no nos damos cuenta, pero enviamos continuas
señales y las recibimos, y parece que, de acuerdo con las que recibimos, enviamos otras
más; por lo que, cualquiera que sea el lenguaje hablado, el lenguaje corporal puede a
menudo dar la clave de la dinámica de la verdadera situación de comunicación. Este
lenguaje corporal no es exclusivamente gestual, sino interno, en forma de sensaciones
físicas que tienen un significado sentido. Las aportaciones de Rogers referentes a las
condiciones para el despliegue de la tendencia actualizante y las investigaciones de
Gendlin sobre el proceso experiencial nos indican referencias muy poderosas para mejorar
nuestra presencia en las relaciones de ayuda y en los grupos.
7.- REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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[1] ROGERS, C. El proceso de convertirse en persona. Paidós, Barcelona, 1981, p. 58.
[2] GENDLIN, E. Psicoterapia centrada en el cliente y experiencial en ALEMANY, C. Psicoterapia experiencial y
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[3] GREENBERG, L. y otros. Facilitando el cambio emocional. El proceso terapéutico punto por punto. Paidós,
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[4] KNAPP, M. La comunicación no verbal. El cuerpo y el entorno. Paidós, Barcelona, 1982, p. 183.
[5] DAVIS, F. La comunicación no verbal. Alianza Editorial, Madrid, 2002, p. 52.
[6] NORTON, W. Teoría de la comunicación humana. Tiempo contemporáneo, Buenos Aires, 1973, p. 50.
[7] MARTI-TUSQUETS, J. L. Psiquiatría social. Herder, Barcelona, 1976, pp. 142-143.
[8] KNAPP, M. La comunicación no verbal. El cuerpo y el entorno. Paidós, Barcelona, 2001, p. 182.
[9] Op. cit. p.183.
[10] GENDLIN, E. Focusing. Proceso y técnica del enfoque corporal. Mensajero, Bilbao, 1988, pp. 57-58.
[11] GENDLIN, E. Focusing en ALEMANY, C. Psicoterapia experiencial y focusing. La aportación de E.T. Gendlin.
Desclée De Brouwer, Bilbao, 1997, p.114.
[12] Utilizaremos indistintamente el vocablo “sincronía” o “sincronicidad”, ya que ambos son usados
indistintamente por varios autores que citamos en esta reflexión.
[13] EINSENBERG, N. y STRAYER, J. La empatía y su desarrollo. Desclée De Brouwer, Bilbao, 1992, p. 155.
[14] SULLIVAN, H. The interpersonal theory of psychiatry. Norton, New York, 1953, pp. 41-42.
[15] WOLF, M. Sociologías de la vida cotidiana. Cátedra, Madrid, 2000, p. 32.
[16] He intentado explicar más detalladamente el funcionamiento de esta tendencia en los grupos en el libro
BARCELÓ, B. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. Desclée De Brouwer,
Bilbao, 2003.
[17] MEAD, G. Espíritu, persona y sociedad. Paidós, Buenos Aires, 1972, p. 220.
[18] En el libro cuya referencia es DAVIS, F. La comunicación no verbal, Alianza, Madrid 2002, especialmente en
el capítulo 5 : “El cuerpo es el mensaje” se citan algunas investigaciones de Birdswhistell en este sentido. Una
muy curiosa que pretende demostrar que los esposos pueden llegar a parecerse y que los niños adoptados
puedan parecerse a sus padres adoptivos. En este sentido manifiesta Flora Davis: “De lo que se trata es de que
el ser humano es un gran imitador, maravillosamente sensible a las señales corporales de sus semejantes. El
estudio de la comunicación lo demuestra continuamente” (pág. 54)
[19] WATZLAWICK, P. y otros. Teoría de la comunicación humana. Herder, Barcelona, 1989.
[20] Op. cit. pp. 62-67.
[21] Existen, no obstante, algunas situaciones en las que la experiencia de empatía no precisa un encuentro
cara-a-cara: contextos de relación de ayuda telefónica, como el “teléfono de la esperanza”, terapia on line,
fenómenos de relaciones interpersonales a través de chats e internet y el fenómeno denominado gosting acuñado
por Ned L. Gaylin en terapia familiar centrada en la persona (básicamente gosting es una forma de empatizar con
un miembro ausente) (ver GAYLIN, N. Terapia familiar centrada en la persona en BRAZIER, D. Más allá de Carl
Rogers. Desclée De Brouwer, Bilbao, 1997, pp. 157-172.
[22] Por eso la última condición de Rogers en su teoría terapéutica siempre hace relación a la percepción en
grado mínimo por parte del client de la actitud empática del terapeuta.
[23] El libro cuya referencia es EINSENBERG, N y STRAYER, J. La empatía y su desarrollo. Desclée de Brouwer,
Bilbao 1992, contiene un estudio muy detallado sobre la empatía y su utilidad social, especialmente en el capítulo
titulado “Empatía, simpatía y altruismo: lazos empíricos y conceptuales” pp. 321-349, aunque el enfoque es
lingüístico más que corporal..
[24] DAVIS, F. La comunicación no verbal.Alianza, Madrid, 2002, p.138.
[25] Frase de T. Hora, citada por Watzlawick en su libro ya citado Teoría de la comunicación humana, p. 37.
[26] KANPP, M. Op. cit. pp. 203-204.
[27] GENDLIN, E. El focusing en psicoterapia. Manual del método experiencial. Paidós, Barcelona, 1999, p. 18.
[28] KANPP, M. Op. cit. p. 183
[29] WATZLAWICK y otros. Op. cit. 235. Es curioso que esa cuestión se plantee en el epílogo de ese libro como
interrogante. En el inicio del epílogo los autores refieren una cita de Pascal para plantear el asunto: “Pues el
hombre sostiene consigo mismo un diálogo interior”.
[30] GRIFFITH, J. El cuerpo habla. Diálogos terapéuticos para problemas mente-cuerpo. Amorrortu, Buenos
Aires, 1996, p. 82
[31] GRIFFITH, J. Op. cit. p. 112
[32] El filósofo experiencial E. Gendlin la llama felt sense. Véase: GENDLIN, E. Experiencing and the Creation of
Meaning. New York, Macmillan, 1962.
[33] WATZLAWICK, P. Op. cit. 244.
[34] KANPP,M. Op. cit. 204.
[35] FAST, J. El lenguaje del cuerpo. Kairós, Barcelona, 1980, p. 63.
[36] ROGERS, C. Persona a persona. Amorrortu, Buenos Aires, 2001, p. 95.
[37] RASKIN, N. The nondirective attitude en ROGERS, C. Psicoterapia centrada en el cliente. Paidós, Buenos
Aires, 1977, p. 40.
[38] ROGERS, C. A Theory of therapy, personality and interpersonal relationships, as develop in the client-
centered, en KOCH, S. Psychology: A Stydy of a Science, vol. III, McGraw-Hill, Nueva York, 1959.
[39] ROGERS, C. Terapia, personalidad y relaciones interpersonales, Nueva Visión, Buenos Aires, 1982.
[40] ROGERS, C. Op. cit. p.49.
[41] ROGERS, C. Op. cit. p. 40.
[42] ALEMANY, C. Psicoterapia experiencial y focusing. La aportación de E.T. Gendlin., Desclée De Brouwer,
Bilbao, 1997, pp. 135-137.
[43] Parece que el artículo de Gendlin y Zimring: The qualities or dimensions of Experiencing and their change, en
Counseling Center Discussion Papers 1, nº 3, octubre, 1955. University of Chicago Counseling Center; es el inicio
de esta nueva idea sobre el proceso terapéutico dentro del entorno de Rogers. Los autores del artículo eran
alumnos de postgrado que presentaron sus ideas en un seminario coordinado por Rogers. Rogers se hace eco de
estas aportaciones en el capítulo 7 del libro cuya referencia es ROGERS, C. El proceso de convertirse en
persona. Paidós, Barcelona, 1981.
[44] GREENBERG, L. Un análisis del caso de Jim Brown desde la perspectiva de los procesos experienciales y la
Gestalt, en FARBER, B y otros. La psicoterapia de Carl Rogers. Casos y comentarios. Desclée De Brouwer,
Bilbao, 2001, p. 264.
[45] GENDLIN, E. Psicoterapia experiencial en en ALEMANY, C. Psicoterapia experiencial y focusing. La aportación
de E.T. Gendlin. Desclée De Brouwer, Bilbao, 1997, pp. 162-163.
[46] AMODEO, J. y WENTWORTH, K. Crecer en intimidad. Desclée De Brouwer, Bilbao, 1999, p.248.
[47] MATEU, C. y VÁZQUEZ, G. Entrevista con Leslie S. Greenberg en Revista de Psicoterapia, Vol. VIII nº 32,
Barcelona, p. 76.
[48] No es mi intención ofrecer un estudio detallado del Enfoque Corporal o focusing de Gendlin puesto que la
riqueza de este instrumento de autoayuda, al mismo tiempo que filosofía de vida, requiere sin duda de más
espacios específicos y mucho más desarrollados. Sólo pretendo dejar constancia de la significación que, para mí
mismo y para mi tarea de facilitación, ha adquirido en los últimos años el aprendizaje de esta herramienta tan
poderosa. En cualquier caso, el lector interesado puede consultar alguna bibliografía interesante sobre el enfoque
corporal. Entre otros libros, cabe destacar: AMODEO, J. Crecer en intimidad. Bilbao: Desclée De Brouwer, 1999.
FLANAGAN, K. A la búsqueda de nuestro genio interior. Bilbao: Desclée De Brouwer, 2001. GENDLIN, E. Focusing.
Proceso y técnica del enfoque corporal. Bilbao: Mensajero, 1988. SIEMS, M. Tu cuerpo sabe la respuesta. Bilbao:
Mensajero, 1997. WEISER, A. El poder del focusing. Buenos Aires: Obelisco, 1999.
[49] Probamos este procedimiento en la 4ª Escuela de Verano de Focusing que tuvo lugar en Miraflores de la
Sierra (Madrid) del 11 al 17 de julio de 2004 a la que fui invitado por el Dr. Carlos Alemany para participar como
facilitador e impartir un taller de “Focusing y Empatía”
Apresentado no XII Encuentro Latinoamericano del Enfoque Centrado em la Persona
17 a 23 de abril de 2005 – Balneário Sólis – Uruguai